La inteligencia del corazón
Detén el flujo de tus palabras,
abre la ventana de tu corazón y
deja que el espíritu hable.
Rumi
Que el corazón es sede de algo más no es ninguna novedad, aunque la ciencia está descubriendo cada vez más sus virtudes. En todas las culturas, el corazón tiene un rol central, no tanto como órgano, sino como símbolo. El corazón es el centro del ser humano como el Sol lo es de nuestro sistema planetario. Ser el centro es ser el eje, la guía, la fuente y el motor para que lo demás exista. Sus latidos, sístole y diástole, contracción y expansión, representan el movimiento infinito e inacabable del universo.
Decimos que en nuestro corazón reside la voz de la conciencia, de nuestro verdadero ser y nuestro profundo sentir. Ponerse la mano en el corazón, abrir el corazón, preguntarle al corazón, hablar con el corazón, escuchar al corazón…, todos saberes presentes en nuestro inconsciente humano, sin importar raza o religión.
El corazón es un motor especial de nuestro instrumento: es el paso esencial y necesario para el proceso de creación. Las ideas sin emoción mueren solo como pensamientos lábiles y pasajeros. Las que quedan solo pueden hacerse reales y visibles si pasan por la puerta del corazón que, como si fuera una varita mágica, le otorga vida a través del sentimiento. Cuando se crea un sentimiento que une, hay amor y manifestación. Cuando divide, es lo opuesto al amor: el miedo que debilita y quita poder. Santo Tomás manifiesta el enorme poder del amor con estas palabras: «Cuando los dos se unan (mente y corazón), entonces le dirás a la montaña que se mueva, y la montaña se moverá».
Ahora, también en todas estas culturas el corazón no es tan fácilmente accesible. Es un centro escondido, envuelto, alejado de lo visible y lo evidente de las cosas externas. Es la morada secreta de la conciencia, de la voz interna, tan impoluta y sagrada que la cerramos con cerrojo. A veces lo mantenemos tanto tiempo cerrado que pareciera que no supiéramos que tiene llave y puede abrirse. Entrar en lo profundo del corazón requiere voluntad y coraje. Porque allí anidan las luces y las sombras, los dolores y temores. También allí, solo allí, anida el amor que incluye todo y nada deja afuera. La compasión, la empatía, la gratitud, la devoción, la entrega, la humildad, son todos sentimientos que residen en el centro del corazón.
La ciencia ha descubierto que existe un orden fundamental en las interacciones corazón-cerebro y un estado fisiológico armónico y sincronizado asociado a emociones positivas (en términos de su capacidad de regenerar la energía vital). No solo esto, sino que las señales electromagnéticas que emite el corazón de una persona pueden afectar la frecuencia del cerebro de otra persona. La potencia de esta información es que nos podemos ayudar mutuamente a elevar nuestros estados de coherencia fisiológica, de corazón a corazón. Y esta frecuencia se afecta notoriamente al experimentar emociones regenerativas o llamadas positivas, como la compasión, la gratitud, el aprecio
Si aprendemos a utilizar y ejercitar técnicas que nos pongan en coherencia cardiaca, ayudamos a que todo nuestro instrumento trabaje de manera más precisa y podremos acceder a sus funciones más elevadas. Sería como actualizar el software para que podamos descargar las nuevas aplicaciones.
Los caballos que viven en condiciones de bienestar funcionan naturalmente en estado de coherencia. Su ritmo cardíaco está sincronizado con el ritmo planetario. El solo hecho de estar entre caballos afina nuestra vibración y ajusta nuestra coherencia. Pero además, podemos aprender a hacerlo de manera consciente, aprendiendo con ellos a reconocer cómo y cuándo entramos en la coherencia del corazón.
En ese estado la mente piensa con suma claridad, se escucha la voz de la intuición y se expande la capacidad de crear. Estas son las funciones más avanzadas del ser humano, aún sin explorar a gran escala. Los caballos funcionan como sensores vivos para que le ser humano aprenda a auto regularse.
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