Sentidos
Con mis huesos besando la arena
voy entrando suavemente en mí.
Respiro al son de las olas,
gozo el abrazo suave del sol,
que va borrando
con paciencia infinita,
mi piel.
Ya no siento mis piernas
ni mis brazos,
más bien me fundo en el aire.
Como una flauta mágica
el agua canta para mí,
dejándome por un rato
flotar en la nada,
plena de gozo
danzando hacia el Espíritu.
Como si una daga filosa
hubiera iniciado el sangrado inevitable,
me desinflo de repente
entre incómoda y sorprendida.
Reaparecieron de inmediato los límites,
los bordes, la piel,
y volví a sentirme yo.
Esa daga que atacó,
fue el perfume
de algún otro peregrino
que caminó cerca de mí
y me invadió, atrevido, en mi vuelo.
Hice silencio interno,
enojada por mi propio disgusto
¿Cómo es posible qué,
el sentir un aroma de afuera,
me obligue a este estado de alerta
y corte de plano mi danza?
Ahí mismo llegó la respuesta:
en el "de afuera" está la pista.
Aunque pueda oler el perfume más intenso,
aunque pueda ver el paisaje más hermoso,
aunque pueda tocar la piel más tibia,
aunque pueda saborear el bocado de los dioses,
si no puedo ser yo misma ese perfume,
si no puedo ser yo misma ese paisaje,
Si no puedo ser yo misma ni esa piel
ni ese bocado,
es que aún estoy usando,
inconsciente,
los sentidos visibles
de los que dispone mi alma,
para sentirme externa,
diferente,
individuo,
delimitada,
separada,
ajena.
Aquí comprendo pues,
la imperiosa necesidad
de transformar los sentidos
en pasadizos veloces
que desdibujen mis creencias,
deshilvanen mi piel poco a poco,
para al fin
experimentarme una,
inmensa,
unida,
entramada
igual.
Al fin comprendo
el sentido amoroso
de trascender los sentidos.