A la Madre
Madre,
me guardaste en tus latidos
durante nueve lunas,
mi corazón copió tu ritmo
y hasta tus suspiros,
y seguramente también
los de tu madre y de todas las madres de tu sangre
Me ofreciste tu dedo pulgar
para que enrollara ahí mis deditos
y pudiera dar mi primer paso.
Tu mano y tu mirada
siempre fueron caricia,
Tu pecho, mi morada innegable.
Aún hoy, que no puedo tocarte,
la sigo teniendo.
Madre,
maga del alma,
supiste mostrarme el mundo
a tu manera y con tus gestos,
con tus colores y tus formas,
las que veían tus ojos
y sentían tus manos.
Generosa Madre
te honro.
Ofreciste tu nave
para traer mi alma a esta tierra
a danzar la Gran Danza de la vida,
tal vez pudiéramos
juntas,
copiar su ritmo secreto.
¡Cómo no habré de honrarte Madre!
Eso sólo, que parecía tan simple y obvio,
me resulta ahora magnánimo.
Deshilvana en un instante
los dolores del pasado.
Esa era tu misión:
crear células y células de existencia
para que yo misma descubriera el mundo,
sus bellezas y sus sombras,
sus abismos y horizontes.
Madre,
te honro.
Con todo mi ser
te honro.
Gracias por tus latidos.
Gracias por tu mirada.
Gracias por tu sonrisa.
Gracias por tus palabras.
No es un acto fortuito
haber nacido en tu vientre.
Recién después de incontables pasos
lo puedo ir descubriendo.
Madre sólo hay una
y por un milagro del cosmos,
en un plan que resulta perfecto,
me tocó a mí ser tu hija.
Madre,
te honro
con mi corazón abierto
y la cabeza inclinada,
te venero.
No hay dolor ni ilusión
por lo que no fue.
Te venero por lo que sos,
por lo que fuiste.
Un alma simple y gigante,
que me pescó entre los astros
para invitarme aquí a la tierra
a probar la delicia de los dioses
y saciarme de amor.